Pintura escondida, pintada en los genes
Hace ya más de 25 años, el 1 de julio de 1989, se marchó. Para mí fue mi primer contacto con la muerte y, además, cerca de la vida como algo maravilloso. Acababa de nacer mi hermano pequeño tan sólo cuatro días antes, mis padres acababan de volver del hospital con él. Era gordito y tenía la piel muy colorada. Recuerdo que yo quería prepararles una fiesta de bienvenida.
Pero mi padre se tuvo que ir. Recuerdo a mi madre hablando con él por teléfono, colgar, y tener que decírmelo "se ha muerto el abuelo". Yo tenía cinco años.
Siendo tan pequeños aún no tenemos del todo claro qué es eso de la muerte, pero de vez en cuando tratamos de evocar a esa persona que ya no está, esa persona que es parte de nuestras raíces, esa persona a la que sabemos que tenemos que querer, que hemos querido, porque así lo indica el significado de las palabras con las que nos referimos a él: "el abuelo". En mis recuerdos hay una única imagen suya: está en pijama, sentado en uno de los sillones de la casa de Llanes donde pasábamos las vacaciones. Tiene unos tubos de plástico metidos por la nariz. Entonces sólo intuía que le ayudaban a respirar y que estaba enfermo. No sabía nada de enfisemas pulmonares ni de asfixia. Tampoco sabía mucho de lo que era morirse. Y tampoco de genética.
¿Que por qué hablo de genética en este post? Pues porque cuando una persona se ha ido demasiado pronto, esa es la forma en que sin siquiera quererlo, la recordamos. Posiblemente tengan que decírnoslo otras personas, mayores que nosotros, pero en algún momento descubriremos que todos tenemos algún rasgo de alguna persona que ya no está. Una de mis primas más pequeñas come el huevo frito igual que lo hacía nuestra abuela materna, una nueva sobriprima es igual que el que habría sido su abuelo —mi tío—, otro tío al que nunca conocí habría tenido ahora ya dos nietos y sus hermanos se alegran doblemente porque con esos niños vuelve una parte de él.
¿Hasta que punto corre por nuestras venas una parte de las personas que nos dejaron? Mi abuelo era un artista y todos sus hijos han mostrado habilidad en la pintura. Andamos por ahí unas cuantas nietas con pasión y profesión por las artes plásticas, musicales o literarias, algún que otro nieto músico y otro que se ha llevado la creatividad a las nuevas tecnologías del arte digital. ¿Hemos crecido aprendiendo esto, nos lo han enseñado al ver sus ríos, sus espantapájaros, aquella niña que lloraba, la sobrecogedora ciega o sus inolvidables árboles? ¿O es algo más profundo que eso, estaba allí cuando nacimos, antes incluso de ver la luz y empezar a llorar para aprender a respirar? Pienso en esto y me acuerdo otra vez de aquellos tubos que le ayudaban a tomar el aire.
A mí me gusta pensar que todo esto lo llevamos dentro. Que existen personas con mayor afinidad a cierta expresividad, que es posible que las personas que disfrutamos del arte a veces seamos más melancólicas, pero creo que a veces uno se siente orgulloso cuando ve que ha heredado algo de todo esto. A mí me encanta ilustrar mis relatos con sus cuadros. Tengo predilección por aquéllos que son más oscuros, más intensos. Por sus árboles, por el que descansa en la pared de mi salón en el que él mismo forma parte de la pintura, a medias oculto, fundiéndose con las ramas. Sobrecogedor. Será porque me gusta lo sobrecogedor.
Hoy se ha celebrado un homenaje en este 25 aniversario. La pintura escondida, lo han llamado. Me ha parecido un título de lo más acertado, no ya hablando de técnicas ni de mensajes, sino por la sensación dulce, pero triste, que llena la sangre cada vez que pienso que, cada vez que uno de nosotros en esta familia pinta un cuadro, interpreta una melodía, escribe un relato o expresa algo que lleva en lo más profundo por medio del arte, de alguna manera él está volviendo a pintar a través de nosotros. Puede que esa sea la pintura escondida más importante. La que él pintó en nuestros genes.
Hablo de César González-Pola, alguien cuya definición puede reducirse a una sola palabra: artista. Mi abuelo. Todo un honor haber heredado aunque sólo sea un poquito de ese arte.
In memoriam (1914-1989)
"Nacido en Oviedo en 1921, César González-Pola Alvarez-Uría dedicó gran parte de su vida a la pintura. Se inició, de manera autodidacta, en Pasto (Colombia), donde transcurrió su adolescencia a partir de 1936. Volvió a Oviedo en los años cuarenta, participando en exposiciones colectivas. En 1946 expuso individualmente, por vez primera, en las salas Angelín y Cristamol, de Oviedo. A partir de ese momento, y hasta 1982, lo hizo con cierta regularidad. Falleció en 1989."
De la web cesargonzalezpola.com